26 de junio de 2010

HÉROES DE HOY


“Mártires por la Fe” de Jesús Bastante es una recopilación de relatos sobre hombres y mujeres que fueron arrestados o secuestrados y luego asesinados en la guerra civil española. Es una colección de testimonios y de eventos históricos que pretende ayudar a conocer, a recordar, pero sobre todo a perdonar y reconciliar.

En varios de los testimonios se expresa con sencillez que tal persona “pudo haberse liberado pero no lo hizo”, “pudo haberse escapado pero decidió quedarse”, a mí en un comienzo me chocaban estas frases, pero al ir leyendo los relatos y los fragmentos de entrevistas –a menudo hechas a familiares y amigos nonagenarios aún vivos– me han permitido irme “empapando” de las costumbres y el contexto de la época para ir entendiendo esos actos que, fuera de ese contexto, serían una imprudente, poco práctica y absurda renuncia a la vida, sin embargo en esas circunstancias y para estos personajes que habían sido privados de la libertad “solo por ser católico”, “solo por estar en la lista de miembros de la Parroquia del pueblo” se convierten en actos de coherencia y valentía.

En los relatos fui comprendiendo que para cada uno de los personajes del libro, dadas sus características personales y las situaciones particulares en que les tocó vivir, ese "escaparse" o "salvarse" implicaba en realidad hacer una apostasía, una renuncia a su fe para que no lo fusilaran, un renegar de Cristo y de la auténtica Vida para que lo dejaran en libertad. Quedarse con esa serenidad y alegría a dar la vida por sus creencias, perdonando a los que los delataron y a los que les disparaban, fue realmente un acto heroico, acto que sin lugar a dudas fue inspirado y sostenido por la gracia, por el Espíritu de Amor. ¡Cómo no alegrarse entonces por semejantes héroes de la fe y cómo arde entonces el corazón deseando imitarles!

Luego pensaba en que afortunadamente no vivo en tiempos tan difíciles y a mí no se me pide una entrega semejante ¿o sí?, entonces recordé a alguien decía que “el hogar es el lugar de las virtudes heroicas”, y aunque quien lo escribía se refería a la infinita paciencia que se precisa para educar a un pequeño terremoto de 3 años, imagino que no será ni la primera ni la única persona que lo habrá pensado, porque el amor, la paciencia, la prudencia, la perseverancia, ... que estamos llamados a vivir en esta sociedad que nos invita a no sacrificar nada, que no valora los ideales ni la congruencia que se necesita para hacer de una casa un auténtico hogar, en cada momento del día a día, todos los días, en todas las circunstancias ¡se parecen bastante a un acto heroico!

16 de junio de 2010

EL PROBLEMA MECÁNICO

- Pero ¿para qué traes tanta cosa al colegio? A ver, te ayudo que ya es tardísimo…
- Ya te dije mamá, son las cosas del equipo, las necesitamos,… no, no, yo puedo, mejor súbanse y vámonos ya que es tarde.

Llegamos al colegio, por supuesto ¡no hay un sitio cerca de la entrada! La verdad sea dicha nunca hay un sitio cerca de la entrada, bien sé que en ningún colegio del mundo hay sitio en el horario de entrada o salida pero como hoy mi hija trae más cargamento que cuándo nos mudamos a Brasil me empeño en encontrar un huequito inexistente para dejarla lo más cerca posible.

- Mamá ¿qué haces?
-Es tan solo un segundo, además ni estorbo...
-¿No estorbas? ¡Pero si estás en tercera fila! nos bajamos aquí…
-Esperen, si me adelanto otro poquito dejo pasar a ese señor que seguro despertó de mal humor.
-Dale, mamá que es tarde!
-Si pues, a ver otro poquito… ya está, así salen, si, así, de ladito… a ver te acerco esta bolsa, y tu ayúdale con esta mochila, apúrate que es tarde
-Si ya, ya voy…
-Cierra la puer ¡PUAFF - CLUNK!!

En lugar del esperado ¡PLUASS!! del cerrón de la puerta escuchamos ese extraño ¡PUAFF - CLUNK!! al tiempo que la puerta rebotó y se quedó abierta. Un nuevo intento (otra vez con la rodilla pues las manos estaban cargadas de bultos) y un nuevo ¡PUAFF!!

-No lo sé mamá, se me atoró la hebilla de la mochila y ¡ahora la puerta no cierra!
-¿Cómo que no cierra!?!? anda vete a clases que ya es tardísimo, ¡adiós!
-¡Hoy salimos a las 3:30! – me recuerda una y se marchan corriendo con un “te quiero” que alcanzo a escuchar y que, como siempre, me alegra el corazón.

Me aproximo a la puerta trasera imaginando que tendría que amarrarla con alguna cuerda para poder irme de allí, pero para mi sorpresa consigo cerrarla con un duro portazo. No me atreví a abrirla de nuevo hasta que regresé por mis hijas al colegio.

-¡La has arreglado!
- Si, bueno, solo la cerré, no tenía nada… (¡espero!)

Pero al llegar a casa…
-Mamá ¿me abres?
-Te abro ¿qué?
-Como ¿qué? pues la puerta, no puedo salir.
-¡Caramba! A ver, veamos si puedo abrir o si no vas a tener que bajarte del otro lado.

Consigo abrir la puerta sin ningún esfuerzo. Luego doy un leve portazo y la puerta cierra otra vez. Experimento un poco abriendo y cerrando para darme cuenta de que de alguna extraña forma el mecanismo de apertura solo funciona desde fuera. ¡Ah no! No puedo dejar esta puerta así, no puedo estar bajándome del auto cada vez que una de las chicas tenga que salir… decidida me marcho al taller…

En el taller me atiende un hombre muy amable, pero por su mirada veo que no entiende el grave problema que le expongo.

- Usted es extranjera, ¿no?

Si, pero estoy hablando castellano igual que él, el problema está clarísimo, la puerta solo abre por fuera, cierra perfectamente, pero se ha descompuesto el mecanismo, solo abre por fuera ¿qué será lo que no entiende este buen hombre?

-A ver señora, vayamos al auto...
-Mire aquí está, esta es la puerta, si la abro, abre, pero si usted se mete dentro del auto verá que no la puede abrir. ¿Cree usted que podrán arreglarla para hoy? ¿Será algo muy caro? No creo ¿verdad?

Efectivamente, se sienta y tras cerrar la puerta no la puede abrir, me hace una señal para que le abra.

-Ve, ahora me entiende, la puerta no abre por dentro. Será algo sencillo como cambiar una pieza, ¿no?

Con mucha paciencia y hablando muy despacio como si yo fuera un marciano me dice:

-Mire señora, en este país, los autos tienen dispositivos de seguridad

Como debo haber puesto una cara de confusión el hombre procede a gesticular aún mas y a hablarme mas fuerte, esta vez como si yo fuera sorda:

-los dispositivos de seguridad, en nuestro país, incluyen dispositivos para proteger a la familia… por ejemplo, aquí en nuestra ciudad las madres activan un dispositivo cuándo hay niños que viajan en la parte posterior del auto, y para protegerlos de que se puedan caer al abrir por accidente la puerta… activan esta palanquita aquí …

El hombre siguió hablando en un tono sobreprotector como si mi vehículo anterior hubiera sido una carreta tirada por caballos... pero yo ya no le escuchaba, tan solo quería regresar a casa y contarle a mi familia que el problema estaba resuelto, decirles que en ese momento recordé, comprendí, vi que mi terrible problema mecánico era esa palanquita que la hebilla de la mochila debe haber jalado ¡la palanquita del “seguro de niños”! la misma que durante años activé y desactivé según quien se subiera al auto.

-… y para desactivarla, mire usted, no es difícil, con el dedo empujamos la palanquita para allá…y listo un adulto puede abrir la puerta desde adentro… si de nuevo la empujamos para aca…

15 de junio de 2010

CELEBREMOS JUNTOS!!!


YA SON MAS DE 1,000 VISITAS!!!


GRACIAS, A LOS QUE ME ANIMAN A SEGUIR ESCRIBIENDO,

GRACIAS A LOS QUE ACOMPAÑAN LEYENDO,

GRACIAS A LOS QUE SE SUMAN COMENTANDO!!!


DOY GRACIAS A STA. MARIA MAGDALENA POR SU INTERCESIÓN PARA IR HACIENDO DE ESTE BLOG UN ALEGRE ESPACIO CRISTIANO PARA COMPARTIR.

AGRADEZCO AL SEÑOR POR TODAS LAS BENDICIONES RECIBIDAS A TRAVÉS DE LOS MOMENTOS DE REFLEXIÓN EN QUE ME ENCUENTRO CONMIGO MISMA, CON LOS DEMAS PERO SOBRE TODO CON SU AMOR.

Y CÓMO NO AGRADECER A NUESTRA MADRE SU CONSTANTE, SILENCIOSA Y DULCE GUÍA!!!


CELEBREMOS JUNTOS AGRADECIENDO TODOS!
ADELANTE, SIEMPRE ADELANTE!

14 de junio de 2010

TOBOGÁN EMOCIONAL

¿Has notado que una mortificación, un disgusto, una mala noticia, una decepción, sentirte mal o muy cansado, se convierte para ti en una especie de “empujoncito” que te lleva a caer en ese sentimiento “de siempre”, ese sentimiento que casi podríamos decir te caracteriza porque con frecuencia estas luchando contra él?

Aunque al principio tu velocidad es muy pequeña, te deslizas con tal suavidad que pronto te mueves muy rápido y pasas, sin control, por el centro del tobogán a una velocidad vertiginosa, reviviendo la excitante experiencia de siempre, para continuar acelerando hasta llegar a… ¡la desesperanza!

O al enojo, miedo, angustia, ansiedad, tristeza,… cada uno tenemos nuestra propia “piscina” a dónde frecuentemente nos encontramos inmersos. Esta piscina de la que tantas veces hemos intentado salir, pero a la que regresamos una y otra vez deslizándonos en nuestro propio tobogán emocional. Tobogán ya sea de la preocupación, de la tristeza, del enfado o algún otro al que estamos de cierta forma “adictos” por los patrones que en nuestra conducta y en nuestro cerebro hemos ido labrando a través de los años. Tobogán que, como una tentación, nos atrae más y más cada vez que realizamos el emocionante viaje, aunque no tengamos realmente unos motivos reales o racionales para sentirnos así.

¿Cómo dejar de nadar en tan desagradable piscina? ¿Cómo dejar de angustiarme, enfadarme, irritarme, asustarme, entristecerme, ... ? Porque ciertamente hemos comprobado que resulta muy desgastante intentar detenernos una vez que nuestras emociones nos arrastran, ¿cuántas veces hemos intentado en vano no ponernos por ejemplo desproporcionadamente ansiosos, tristes o desesperados? ¡Que poco éxito tenemos en encontrar una forma creativa y eficaz de no caer en la piscina cuando vamos bajando a toda velocidad en esa pendiente tan inclinada!

Pero ¿Qué tal si en vez de intentar no caer en la piscina o salirnos de la piscina lo más rápido posible, mejor aprendemos a evitar arrojarnos por el tobogán?

Ya que arrojarnos en el tobogán es un hábito para nosotros, la pregunta es entonces ¿cómo romper con nuestro “hábito emocional”? primero revisemos nuestros motivos, preguntémonos ¿qué es lo que realmente quiero? ¿quiero seguir siendo esclava del tobogán o tener la libertad de vivir la alegría y la paz? Si lo que busco es ser libre, hagamos como con todos los hábitos a romper, necesitamos un acto consciente que contrarreste el hábito hasta que formemos uno nuevo, ésta vez uno positivo.

¿Cuál es el sentimiento contrario al que me lleva mi tobogán? Por ejemplo si tiendo a la desesperanza estaré hablando de la confianza, si de la ansiedad de la tranquilidad,… ¿Qué cosas en mi vida cotidiana o en mi historia personal me generan este sentimiento positivo? encontremos una breve lista de 3 o 4 momentos o personas que nos producen este sentimiento, yo por ejemplo al pensar en mi hija riendo, no tengo como no sentirme feliz y al recordar ese premio que recibí en mi adolescencia revivo la alegría del momento...

Utilicemos la imaginación y la memoria, junto con un esfuerzo, para “acercarnos” a ese sentimiento positivo cada vez que tengamos la tentación de arrojarnos por el tobogán. Esto ciertamente implicara, sobre todo al principio un esfuerzo, pero poco a poco iremos liberándonos de ese desagradable chapuzón. Poco a poco iremos labrando un nuevo hábito que, esta vez nos arrastrará a la tranquilidad y paz, aún en los momentos más adversos.

¡Ah! y ¡celebremos nuestros triunfos, por pequeños que sean porque a cada paso estamos un poco más cerca de nuestra meta: la libertad!

4 de junio de 2010

¿BUSCO SER COMPADECIDO?

De nuevo me quejo, llorando, por lo que vivo y tu con mucha ternura me dices que sí, que es grave y doloroso pero me propones vivirlo de otra manera porque estas convencido de que el dolor no tiene que hacer de mi vida una “triste vida”. El dolor no se irá, me recuerdas, pero ¡no tiene por qué tener la última palabra sobre ti!

Yo entiendo que me estás sugiriendo que deje de auto-compadecerme y que renuncie a causar compasión, a dar lástima. Mi primer impulso es negarlo, pero me recuerdo a mi misma que precisamente esta semana me había dicho que ya estoy cansada de llorar, estoy cansada de vivir así y tengo que admitir, como Don Salcedo en la novela de Miguel Délibes, que “el placer de ser compadecido no basta para llenar una vida”. Está bien, lo admito, al igual que Bernardo Salcedo, me he atribuido un sentimiento de dolor tan fuerte como nadie ha sentido en el mundo.

-Pero, si dejo la auto-compasión ¿qué me queda entonces? ¿cómo hago? ¿cómo actúo? ¡no sé vivir de otra forma!
Y sin dejarte hablar continúo:
- Además, a ver ¿qué gano si lo dejo? ¿Qué gano si dejo de buscar la compasión de los demás? Porque todos sabemos que uno solo renuncia a algo por otra cosa mejor, y te advierto que “tenerlo” me hace sentir cierta seguridad, me da el placer de llamar la atención, siento que me da el poder de tener a los demás preocupados por mí.
-En realidad todo esto es falso – me respondes – si te ves a ti misma verás que actuando como hasta ahora ni estás segura, ni te quiere nadie más, ni dominas los pensamientos de los otros, ni mucho menos se alivia tu sufrimiento.
-¿Entonces?
-Entonces lo que en realidad sucede es que te esclaviza, te produce sentimientos y sensaciones agradables, pero pasajeras y cuándo estas pasan...
-¡Pues quiero más! Quiero volver a sentirme bien… pero…
-Pero estás siendo cada vez menos libre, cada vez dependes mas de esos sentimientos que son huecos, que no solo no te hacen más segura, sino que ocupan el lugar del verdadero amor que les tienes a los demás y que otros tenemos por ti.
-¿Estas queriendo decir que estoy renunciando a ser libre?

Tu callas, y yo me quedo en silencio mirándote, pero algo en mi interior me dice que sí, que estoy cambiando ser libre por llamar la atención, por seguir actuando “como siempre” y porque creo que portarme así me hace especial... aunque sé que no es así… de pronto escucho mi voz interior que protesta, se defiende diciendo “tengo un problema que me duele más que a nadie en el mundo”, “¡soy la que más sufre!” y consigue despertar en mi ese sentimiento de ¡Ay, pobrecita de mi! que jamás admitiría en voz alta, pero que me hace romper el silencio recordándote que en mi familia las cosas no eran perfectas, que no es esto – lo que vivo- lo que yo hubiera querido, que otros viven una vida distinta, mas fácil, con menos dolor, que yo soportaría mejor otro tipo de problemas… en fin busco mas y mas justificaciones para seguir viviendo como hasta ahora, busco distraerte y voy distrayéndome de mi misma, alejándome de la puerta que he abierto con mi última pregunta: "¿estoy renunciando a ser libre?"

Tu retomas la conversación, ayudándome a encontrar la salida:
-Me parece que el problema se reduce a elegir entre compasión o libertad… míralo así, si renuncias compadecerte y a buscar que otros te tengan lástima, eres mas libre, recuperas tu libertad.
Tras unos segundos, aún sin reponerme del todo, sin recobrar toda mi atención, me animo a decir:
-Me atrae lo que me propones y hasta me parece interesante, pero… siento miedo. Me gustaría tener más libertad, recuperar MI libertad, pero la tengo perdida y no sé qué haría con ella…
-¿Llevas mucho tiempo haciéndolo?
-¿El qué?
-El auto-compadecerte, llamar la atención de los demás
-Pues… es mío, es parte de mí, me hace sentirme singular, diferente
-No te engañes, no es tuyo, te has acostumbrado, pero no es tuyo, no es de ti, lo que es tuyo es tu libertad. Y además, mas allá de cómo te sientas, eres única.
-Pero me da miedo cambiar, ¿por qué? si ser más libre es algo bueno ¿por qué me da miedo?
-Porque estas acostumbrada a no serlo y temes perder algo que has considerado como tuyo hasta ahora, porque renunciar cuesta, dejar lo que creemos nuestro duele y nos da miedo que nos duela. Es decir tu “mujer vieja” no quiere que tu cambies, no quiere morir...

Haces una pausa esperando mi respuesta, que al fin llega y con alegre determinación, llena de esperanza exclamo:
- Yo lo que quiero es ¡ser LIBRE!